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Mucho más que una etiqueta

Desde que somos niños aprendemos que si tenemos una habilidad específica, nuestros padres o maestros nos encontrarán de inmediato una etiqueta de vocación. Es decir, si un niño tiene habilidades para el dibujo, la etiqueta que recibirá será la de artista, arquitecto, ingeniero o algo relacionado a la práctica del dibujo. Luego, de acuerdo a la sociedad y sus ideologías el joven en su adolescencia debería entrenar para formarse en una profesión afin a sus habilidades.

Lejos de estar en lo correcto o no, las habilidades de las personas no determinan una vocación específica, de hecho muchas habilidades se van perfeccionando o perdiendo con el tiempo. Parte importante del crecimiento personal consiste en la exploración de habilidades que desconocíamos o que simplemente nunca exploramos. Por ejemplo, todos somos creativos, en diferentes niveles, y la creatividad es algo que se trabaja.

La posibilidad de que una persona afin a las artes sea más creativa que alguien afin a las finanzas es realmente engañosa. No hay tal grado de medición sobre la creatividad de las personas, todo dependerá del contexto y el grado de atención que se proponga al planteamiento de un problema que involucre creatividad. Es verdad que nuestras habilidades definen nuestras personalidades, pero más que una definición absoluta, es la conexión y la dependencia entre nuestro estilo de vida y nuestras habilidades lo que fortalece la misma.

Entonces, si existe una conexión entre lo que sabemos hacer y nuestra capacidad de relacionarnos con el entorno, las personas, nuestro día a día y nuestro estilo de vida, ¿qué hacer cuando queremos emprender algo ajeno a nuestras habilidades, a nuestro “entrenamiento profesional” (universitario o de oficio) sin perder lo que ya llevamos recorrido?

El punto aquí no es dar prioridad a una habilidad por el hecho de contar con ella, sino de descubrir aquellas habilidades que no exploramos, ya sea por inseguridad, por desconocimiento o por miedo a equivocarnos.

En muchas ocasiones me he preguntado sobre qué pensarán mis colegas arquitectos cuando me ven promoviendo un negocio que parece ajeno a mi entrenamiento profesional de arquitecto, me pregunto si muchos creen que he cambiado de profesión, y más, ¿qué pensarán por el hecho de tener una maestría tan específica para mi profesión como es el diseño? De verdad las respuestas que pueda encontrar a estos cuestionamientos me tienen sin cuidado.

Sin embargo, es algo que yo mismo me pregunto. ¿En qué momento comencé a explorar otros campos ajenos a mi entrenamiento profesional? Ese momento en que pensé en emprender un negocio ajeno a mis habilidades y comenzar a definirme como emprendedor de un concepto desconocido en el ciudad. Pudiera sonar a locura, un proyecto casi de vida y lucha constante, porque aunque aprendí la lingüística de los emprendedores, mi momento más complicado fue ser evangelizador de un tema ignorado por la mayoría de los emprendedores. Y no hablo de religión, sino de promover el concepto de trabajo freelance y el coworking.

Para empezar, nuestra sociedad sigue pensando que un profesionista es aquel que tiene una oficina montada con quince o mas personas trabajando de 9am a 8pm; y aquí cabe mencionar que aunque las horas de trabajo a nivel mundial se miden en 8 laborales de 9am a 5pm, en México nos gusta pensar que trabajamos más que el resto del mundo, y además por muy poca paga; pero no revisamos que la productividad del mexicano esta muy por debajo del resto del primer mundo.

Entonces, se cree que los arquitectos, programadores, consultores, diseñadores, etc deberíamos de trabajar de la forma tradicional o vulgarmente a la Godinez. Pero no siempre tiene que ser así, el punto es que hay muchas otras formas de trabajar, y cada una es tan válida como la otra. El freelance sabe de que manera organizarse y como colaborar con otros para sacar los proyectos. Sin embargo una profesión tan tradicional como la arquitectura, como mi caso, requeriría un poco más de seriedad según muchos colegas chapados a la antigua, y aquí me río.

Mis clientes me han preguntado, ¿cuantas personas hay a tu cargo?, ¿cuánta gente tienes en la oficina? Esperando una respuesta mas que tradicional, de reforzamiento sobre a quién le estarán encargando éste o aquel proyecto. La cuestión no es cuanta gente trabaja conmigo, sino como lo hacemos. La fórmula es simple, trabajo en equipo y con profesionales. Y hasta el momento tengo y llevo muy buena relación con todos mis clientes.

El hecho de crear nuevos proyectos que no tengan nada que ver con nuestra profesión, que quizás escogimos por nuestras habilidades, se genera no solo por la experiencia de retos personales, sino por lo que sucede alrededor de los mismos. El proyecto de coworking no solo es ofrecer un espacio de trabajo a los profesionales independientes como yo, sino por la posibilidad de encuentros fortuitos, relaciones de trabajo nuevas, amistades y sobretodo apoyo mutuo en un ambiente laboral que está evolucionando. No podemos seguir dependiendo de esquemas anacrónicos sobre el horario de trabajo.

Las agendas laborales tendrán que cambiar, un trabajo eficiente va de la mano de la tecnología, y ¿que no es la tecnología la que nos facilitaría la vida? Ahora por el contrario, nos hemos vuelto ineficientes y muchas veces pocos productivos con ella. Perdemos horas incontables en las redes sociales, revisando email sin importancia, pero sobretodo “ocupando” una silla por horas, por lo menos las 8hrs de la cuota Godinez. ¿Pero es necesario? ¿Qué tan productivos podemos ser si realmente dedicamos el tiempo adecuado a las actividades de trabajo eficientes. ¿Qué tanto más podemos ser libres? y ¿qué tan libres nos sentiremos?

No imagino que todos pudiéramos ser freelancers pero si mas eficientes. Lo importante es comprender nuestras habilidades, y dejar de pensar que nuestra profesión define lo que somos. Podemos ser mucho mas que una etiqueta, somos emprendedores y creativos por naturaleza.

Luis Othón Villegas | NEVERMIND

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