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Cuestión de expectativas

Alrededor del 1910 Saʿd Zaghlūl ó Zahkul, quien fuera la figura política responsable de la independencia de Egipto dijo «La desilusión es la distancia entre la expectativa y la realidad». Adelantémonos más de 100 años y nos encontramos en el año 2013 donde varios estudios neurocientíficos confirman la veracidad de este dicho. Lo que Zahkul sabia por intuición, ahora científicos lo pueden ver en el cerebro a través de sofisticadas mediciones de la actividad cerebral y de los neurotransmisores, específicamente de la dopamina, uno de los principales componentes en la regulación emocional. Estos hallazgos no tendrían tanta importancia si no estuviéramos como país en el hoyo en que estamos. Aprovechando el sentimiento nacional (o por lo menos el mío) que ha causado la reciente propuesta de la reforma fiscal y sin el afán de simplificar las cosas demasiado, yo pienso que estamos en esta situación por una cuestión de expectativas. Me explico.

Primero que nada, hay que entender que es muy difícil no tener expectativas. Es más, yo me atrevo a decir que es casi imposible. Una de las premisas primordiales de nuestro cerebro es mantenernos con vida. Es el responsable de nuestra supervivencia y prolongación como especie. Por lo tanto, la principal directriz del cerebro es minimizar las amenazas. Cualquier tipo de amenaza. Para lograr esto, nuestro cerebro busca continuamente la certeza. Como humanos necesitamos tener la habilidad de predecir el futuro y crear cierta ilusión de control para poder operar. Demasiada incertidumbre y el estrés sería tal que no seríamos capaces de funcionar normalmente. Por eso creamos expectativas. Las expectativas son un mecanismo de nuestro cerebro para tratar de predecir el futuro e incrementar nuestro sentido de la certeza y la ilusión de control.

Aquí es donde se pone interesante. Estudios recientes han demostrado que la simple expectativa de que algo va a suceder detona los mecanismos de recompensa en el cerebro. En otras palabras, la simple expectativa de que llegando a mi casa va a haber mi platillo favorito de comer es suficiente, desde el punto de vista del cerebro, para entrar en un estado de recompensa. Hasta aquí todo bien. El problema está cuando llego a mi casa y no hay mi platillo favorito de comer. Ante la incongruencia de la realidad con la expectativa, el cerebro reacciona cambiando la química del cerebro lo cual produce un ligero desbalance. Este desbalance es el que provoca los sentimientos de desilusión y dependiendo de la magnitud provoca la depresión. Es decir, nos provoca la tristeza, o en palabras de Zahkul, la desilusión. Si observáramos a detalle nuestras vidas, nos daríamos cuenta que nuestras expectativas casi nunca se cumplen y por lo tanto estamos en una constante desilusión. Pero ¿quién puede o quiere vivir así? ¿qué cerebro puede soportar tanta desilusión? La realidad es que casi ninguno. Nuestro cerebro no está diseñado para eso y entonces hace lo que saber hacer mejor, adaptarse para sobrevivir.

En este proceso de adaptación se ha perdido mucho, especialmente en nuestro país. Y por una razón muy obvia. Para reducir la distancia entre la realidad y la expectativa es mucho más fácil ajustar nuestras expectativas que ajustar la realidad. Y así hemos ido perdiendo terreno en muchos ámbitos de nuestras vidas. En el trabajo ya nadie espera que llegues a tiempo a una reunión o que tengas listo el proyecto cuando dices que lo vas a tener. Ya no importa si tu trabajo no es de la mejor calidad o hiciste un poco de trampa en el proceso. A quién le importa que hayas dado la mordida para conseguir el proyecto o la licitación. A quién le importa que te estaciones en un lugar prohibido o de inválidos sin tener justificación. Nadie espera que hagas la fila como todos los demás. Al contrario, es más listo el tramposo y el deshonesto. Ya esperamos que nos roben en la calle y salimos sin cosas en el portafolio por si acaso. Ahora ser buen ciudadano es no cargar nada ni llevar nada en el coche. Esto es para estar más seguros, según los policías. La expectativa es que el gobierno siempre será mediocre, ladrón e inútil. Y desgraciadamente lo es. Pero lo que es peor, es que lo seguirá siendo hasta que hagamos algo para cambiar nuestras expectativas.

Durante los últimos años hemos seguido bajando las ya bajas expectativas para que se adapten mejor a nuestra realidad. Una realidad que empeora día con día. Una realidad, que aunque no nos guste, no queremos cambiar. Preferimos estar jodidos e ignorarlo a estar desilusionados y tristes. ¿Para qué sufrir? Es muy curioso. Somos un país con muy poco desarrollo y calificado por otros como del tercer mundo. Sin embargo, somos de los más altos o de los primeros en escalas de felicidad y satisfacción. ¿Por qué es esto? ¿Cómo es posible que en un país que está en nuestra situación haya encontrado la felicidad? Pero no nos engañemos. Quitémonos la venda de los ojos. Todo es demasiado poético para ser verdad. Hay una línea muy delgada entre la felicidad y la resignación y la estamos cruzando. Desarmados ante la impotencia o cómodos en nuestra mediocridad, preferimos «ser felices» en lugar de ser capaces.

Llevamos años jodidos y seguiremos por muchos más antes de que podamos ver un cambio significativo. Pero a pesar de lo difícil y complicado que va a ser lograrlo, no nos podemos dar por vencidos. Tenemos que empezar el ardua tarea de volver a elevar nuestras expectativas. Tratemos de crear a un país en donde la honestidad, el profesionalismo y la integridad no sean negociables. Un país en donde nos ayudemos unos a los otros y veamos por el bien común, no solo el propio. Un país en donde el éxito de los demás se celebre. Un lugar en donde el transa no avanza.

Zahkul nos quería ayudar a cerrar la distancia entre expectativa y realidad para que fuéramos más felices. Pero jamás dijo que la forma de hacerlo era bajando las expectativas.

Patricio Ramal | NEVERMIND

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