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Del Freelance a Profreelance, y del working al coworking.

Todos los días me encuentro con palabras nuevas en internet: desde los infames “YOLO” y “ola ke ase” hasta términos más acorde con los tiempos modernos: UIX designer, tuitear, mographics (al parecer resulta que decir motion graphics es demasiado largo), etc. Hoy me dispongo a estrenar un término que si bien espero se una a los segundos más bien pienso que corre el riesgo de acabar en los primeros: el Profreelance.

Algo de historia

El término freelance tiene un inicio muy bélico y en cierta manera ojete: es el nombre que se les daba a los mercenarios (free = independiente, lance= lanza), a los caballeros que no tenían un señor en concreto y que podían ser contratados por cualquiera. Personajes odiados por traidores, seres poco dignos que se entregaban a la guerra solo por dinero. Malditos vendidos perros del mal, hombres de pocos ideales a los que solo les interesa el cochino dinero. Bien padre. Pero bueno, la esencia en todo caso se mantiene en nuestros días para nombrar a todos aquellos que nos dedicamos a ofrecer nuestros servicios a terceros de manera autónoma e independiente: pintores, plomeros, electricistas, boleros, mariachis, contadores, diseñadores, arquitectos, etcétera. Digamos que los hay de todos los sectores, labores y colores.

Yo no quería ser freelance.

Siendo sincero, yo nunca esperé convertirme en freelance. Cuando salí de estudiar la licenciatura en diseño gráfico en 1994 mi único interés era dedicarme al diseño y volverme el mejor diseñador de Guadalajara (y zona metropolitana, claro). Pero bueno, en mi defensa quiero aclarar que tenía yo 22 años y siendo bien honesto a esa edad se es muy pendejo (o inocente, como suelen decirle en horario para todo público) y es un lugar común pensar que te puedes comer al mundo. Salí de la universidad ya con trabajo, y estuve 5 años en diferentes despachos de diseño y agencias de publicidad intentando hacerme de un “nombre” en una profesión llena de traumas y con una falta de autoestima brutal (en alguna otra ocasión tocaré ese tema). Eso si, cabe señalar que siempre he sido muy curioso, autodidacta y terco. Me podía pasar noches enteras aprendiendo un programa, entendiendo programación, y empezando a diseñar mis primeras páginas web. Como resultado de esto a los 6 meses de diseñar sitios ya ganaba más dinero con lo que trabajaba por las noches que como director de arte en una agencia. Así que se me hizo fácil renunciar, declarar mi independencia y fundar mi propio despacho de diseño. Yo quería ser patrón e iba por todas las canicas. Y lo hice: por más de 10 años renté espacios, compré equipo, contraté empleados, pagué impuestos, tuve socios, digamos que hice lo que pensé era lo correcto. Era todo un diseñador/empresario: salía, vendía, dirigía, diseñaba, coordinaba, regañaba, cobraba y al final del mes siempre terminaba cansado y con la sensación de que solo veía el dinero pasar. Podía crecer el número de proyectos, el número de empleados, y en realidad lo único que realmente crecía eran los gastos fijos. Digo, no tengo empacho alguno en aceptar que la administración nunca fue lo mío. El resultado: una empresa que nunca dejaba de vender pero que por diversas razones tampoco funcionaba bien. ¿Y de quién era la culpa? Pues mía. Me llevé los traumas propios de mi carrera a mi empresa: la hice totalmente dependiente de mí.

“Mamá, ya no quiero ir a Europa”.

Como el modelo de negocio no solo era insostenible sino inexistente, tuve que empezar a reducir el despacho para hacerlo sobrevivir. Me quedé con el mínimo de gente posible en la idea de volver a empezar. La idea no era mala, pero tampoco era muy buena que digamos. Menos gente era igual a menos proyectos, y los viejos vicios se conservaban: retrasos en entregas, retrasos en cobros, retrasos en nóminas, etc. Hasta que llegó uno de esos momentos inesperados que parecen muy malos y que resultan ser muy buenos: la única programadora que me quedaba me renunció porque le ofrecieron trabajo en otro lado. Y obviamente, de la “mejor” manera posible: de un día para otro, y con 3 proyectos a la mitad. Ante la tremenda emergencia empecé a buscar programadores para salir del problema, y encontré 5 freelancers dispuestos a trabajar de inmediato. Y se abrieron los cielos. No sólo pude salir del atorón, sino que descubrí que todo empezaba a funcionar mejor: mejoraron los tiempos de entrega (no es lo mismo una persona dedicada a 3 proyectos que 5 personas dedicadas a 3 proyectos), y yo aprendí por fin a hacer algo que nunca pude hacer como empresario: delegar responsabilidades, y aprender a trabajar con profesionales en lugar de mimar profesionistas.

Cambios en tiempo extra.

Recuerdo que una vez escuché que en una ocasión le cuestionaron a Nacho Trelles el por qué de un cambio que hizo cuando dirigía al Cruz Azul. Don Nacho, ante la estupidez de la pregunta le contestó al reportero con mucha ironía: “Pues como todos los cambios en la vida, lo hice para mejorar”. Por alguna razón la frase siempre me ha gustado, y de la misma manera le tengo afinidad al cambio. El problema es que para bien o para mal cuando decido hacer cambios los suelo hacer en una actitud muy brutal y en casi todos los aspectos (los fans de las historieras de Trino podrían llamarle actitud “Kriga-bundolo”). Y al empezar a funcionar el esquema de contratar freelancers en lugar de empleados decidí dar el brinco totalmente: al único empleado que me quedaba (un diseñador), lo corrí y lo mandé a su casa. Y ya en su casa lo volví a contratar como freelance. A él y a otros dos diseñadores. Y a otros 5 desarrolladores. Y a un experto en optimización para buscadores. Y de pronto me sobraba oficina, así que armé una venta de garage en redes sociales y en dos días rematé todo el mobiliario. Cancelé teléfonos, y terminé solemnemente corriéndome a mí mismo. ¿El resultado? Todo el mundo contento. Mis coworkers ganan lo que quieren, yo sé que la mayor parte del tiempo estoy respaldado por gente profesional, entrego mejores proyectos en mejores tiempos, la reducción de los gastos fijos es abismal, y comienzo a tener más tiempo para hacer otras cosas. Aunque en mi caso es muy probable que use ese tiempo para estudiar aunque sea un curso express “Administración de negocios para dummies”, o “Aprenda a escribir para blogs”.

Freelance o Profreelance

Esto no quiere decir que haya encontrado la fórmula perfecta. Claro que hubo problemas en el proceso del cambio. No es fácil no tener cerca a la gente o esperar a que se reporten por correo para ver un avance o un cambio. O de plano las ocasiones en que hubo retrasos, habitualmente ocasionados porque la persona que contratas tiene un empleo y solo puede dedicarle unas horas al día a tu proyecto (que es el código que se usa para trabajar de madrugada). Es aquí donde viene lo que considero la gran diferencia entre freelancear y Profreelancear. No es lo mismo, ni se puede esperar la misma calidad de chamba cuando haces algo de las 11 de la noche a las 3 de la mañana un domingo, a que le dediques el mismo tiempo pero tranquilo un martes a partir de las 10 de la mañana. La prioridad y el profesionalismo cuestan, o mejor dicho de una manera o de otra, al final se terminan pagando. No estoy diciendo que esté mal tomar proyectos “on the side” y más en mi giro (yo así empecé, haciendo sitios en las noches), pero creo que si es un factor que debe de considerarse muy bien por ambas partes antes de emprender un proyecto. Sobre todo en proyectos que involucran mucho coworking entre varias personas, y en donde los tiempos de uno afectan a los demás. Y es exactamente lo que me está tocando aprender en esta etapa como nuevo Profreelance. No está de más reconocer que todavía me estoy acostumbrando a los nuevos tiempos y a tratar de controlar imprevistos que terminan retrasando algunos de los proyectos. Pero cada vez es más fácil planear mejor, ejecutar mejor y saber elegir a la mejor persona para el proyecto en lugar de la que esté disponible. Digamos que yo también estoy aprendiendo a ser más profesional en mi freelanceo, y más responsable en mi coworkeo.

Los nuevos esquemas vs. las viejas mañas

La industria creativa en los países tercermundistas es una labor de amor, o una decisión muy idiota. Pero bueno, ya está tomada y para bien o para mal realmente me gusta lo que hago, y si quieren una confesión inocente y “naive” siempre he considerado que los países que mejoran son los países que diseñan en lugar de maquilar. Y creo firmemente que los esquemas de independencia creativa y de cooperación son primordiales para dar ese tipo de cambios. Siempre que me invitan a dar conferencias me gusta hablar mucho de la especialización y el buscar juntarse con la gente adecuada para que los proyectos se realicen. Podría apostar que la gran mayoría (o todas) las empresas de modelo Start Up que siguen vivas o que funcionan a la fecha son creaciones de freelancers (o profreelancers) en esquemas de coworking muy bien establecidos. Porque al final del día son ideas que implican como mayor inversión algo que los profeelancers tienen por encima de los freelancers: tiempo.

Rogelio López Álvarez | www.alexdinamo.com

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