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Obsolescencia desprogramada

Estamos en un momento de la historia donde la vida del hombre se ha reducido al servicio del mercado y la ley económica. Nuestra sociedad está dominada por una economía de crecimiento cuya lógica no es crecer para satisfacer necesidades sino crecer por crecer; como cuando se engorda a un puerco para después matarlo, la diferencia está en que si bien, el puerco es el planeta y lo estamos engordando, después de matarlo no habrá quién se lo cene.

Ahora, desde mi contexto me pregunto, ¿nosotros como diseñadores, arquitectos, artistas y profesionales de diversas áreas del conocimiento, tenemos por obligación, y no como opción, retomar pensamientos responsables ante la sociedad y el mundo al que pertenecemos? El arte del diseño no debe limitarse a transmitir una realidad sino a ofrecer alternativas a esta, creo. Sin embargo aún no me respondo del todo esa pregunta.

Me viene a la mente la definición de la “obsolescencia programada”, un término que he venido escuchando mucho el último año pero que surgió por ahí de los años cincuenta como una forma de hacer que el consumidor sienta la necesidad de ir a las tiendas a comprar nuevas cosas y tirar las viejas o revenderlas. En la universidad me lo vendieron como “ciclo de vida del producto” pero para fines prácticos terminan siendo sinónimos en la actualidad.

No es precisamente mi objetivo señalar y culpar a los personajes que dieron vida a este método productivo por la ola de chatarra de la que somos presos ahora. Creo que la visión del mundo en la época en que se originó, era la de un mundo infinito en recursos que necesitaba reactivar la economía para poder sobrevivir y lo que estamos viviendo es consecuencia de ese contexto al que ahora somos ajenos. Sin embargo, sí siento la necesidad de señalar el absurdo horror que produce en la actualidad la permanencia de la mayoría de estas políticas, agotada en recursos y saturada de intereses económicos y personales de las clases poderosas.

Desde los años 70, más o menos, los teóricos del diseño han pretendido concientizar a los que hacemos (o al menos deberíamos hacer) parte de esta rueda del progreso (diseñadores, ingenieros, arquitectos, publicistas, etc.) de que no solo es importante responder a las necesidades de la moda y la novedad, sino que estas “banalidades” no deben tener supremacía sobre las necesidades humanas más básicas como son las necesidades económicas, psicológicas, espirituales, tecnológicas e intelectuales de cada lugar y realidad socio económica donde se actúe. En ese punto difiero en el tratar asuntos estéticos, de moda e innovación como un universo paralelo al de las necesidades humanas más básicas; en mi cabeza el mejor diseñador del mundo podría llevar la estética a las necesidades básicas y viceversa, sin tratarlos como agua y aceite. Pero eso da para otro artículo.

Creo que el diseño debe ser un diseño responsable que pretenda acomodarse al ambiente donde actúa y no al revés, que responda a necesidades humanas como la enseñanza o ayuda a discapacitados, la investigación experimental y el diseño ambiental enfocado a mantener la vida humana en equilibrio con la naturaleza sin que forzosamente nuestros diseños estén hechos de materiales reciclados, basura y pintados de verde, como pasa ahora gracias a esta moda del «ecodesign» superficial y poser; se puede hacer diseño responsable sin comer flores (disculpen ustedes la analogía).

Pero si los teóricos se han esforzado en hacernos pensar en esto, ¿qué es lo que pasa que seguimos siendo víctimas del mercantilismo y los intereses individuales de las industrias? Sencillamente, la producción industrializada y deshumanizada está tan arraigada en nuestra sociedad que los intereses monetarios de las grandes industrias han logrado sobrevivir, incluso, a estos casi cuarenta años de teorías del diseño honrado y sostenible. Aunque las academias intenten o no enseñar a los diseñadores nuevos la importancia del diseño responsable, el eje de la sociedad ya está fijado en un contexto que prefiere el dinero y evita pensar en el ambiente y su futuro. La era de la concientización ya ha terminado, es hora de la acción, tanto nuestra como de los altos cargos del estado.

Sería bueno apropiarnos del mundo, pero en el sentido de pertenencia; de entender nuestra existencia no como una existencia parasitaria donde absorbemos todo del mundo sin dar nada a cambio, sino de una existencia en perfecto balance, de activa relación y necesidad mutua.

Creo que debemos tener una mentalidad abierta al cambio y la adaptación, porque el cambio ES, con o sin una mentalidad abierta a él. Una de las tantas ironías de la humanidad es el habernos programado una obsolescencia para después inventarnos cómo sobrevivir a ella; como diseñadores responsables podemos colaborar en cambiar el “due date”; como humanos, podemos incluso desprogramar esa obsolescencia. Nada más falta hacerlo.

Diana Cuevas | NEVERMIND

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